Una Iglesia de la diversidad – Pentecostés Año A
Una Iglesia de la pluralidad y de la diversidad
Las lecturas de este domingo dan mucho juego y el tema del Espíritu Santo da para una reflexión muy extensa, ajena a este contexto. Sin embargo, es preciso presentar algunas ideas que nos muestran la dimensión poliédrica de la Iglesia.
La primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, nos muestra una Iglesia capaz de hablar de su fe en Dios a un público números y muy diferente. Este hecho no se debe principalmente a la habilidad de oratoria de los apóstoles, sino a la fuerza del Espíritu que les capacita para hacer frente a su tarea anunciadora. El mismo Espíritu que había guiado a Jesús y lo había iluminado en su entera vida, ahora se hace disponible para nosotros. Gracias al Espíritu comprendemos que los límites de raza, de género, de territorio, de clase social, de lengua y cultura no son barreras sino, más bien, una oportunidad para sentirnos unidos en las diferencias, una sola familia pero rica en su pluralidad.
La diversidad de la Iglesia, reflejo de una realidad poliédrica
Esta pluralidad es la diversidad de la que nos habla Pablo en su primera carta a los Corintios: hay diversidad de carismas, diversidad de ministerios, diversidad de actuaciones, aunque el Espíritu Santo es uno solo y el cuerpo de Cristo es uno. Lejos de una mentalidad que empuja hacia la uniformidad, Pablo está afirmando que la comunidad de los fieles es rica en diversidad, no puede negar este dinamismo, que es la característica constitutiva de la vida de fe.
De hecho, la vida del cristiano se puede comprender usando la imagen de la comida. La comida es necesaria para la subsistencia de cualquier persona o animal, pero ella no es igual para todos. Primero, ella difiere entre las distintas especies de animales. Habrá, entonces, quienes comen solo hierba, otros que solo comen carne y finalmente los omnívoros. Nosotros los humanos somos omnívoros, más allá de la elección que luego cada uno asume según sus principios. Sin embargo, todos estaremos de acuerdo sobre un hecho: a un bebé de pocas semanas no le daremos una chuleta de carne, así como a un adulto no le nutriremos con leche materna, así como un anciano ya no comerá de la misma manera que caracteriza a un adolescente.
Los beneficios de la diversidad
Aunque, entonces, el hecho de comer nos acomuna a todos, sin embargo, ello se manifiesta en su evidente diversidad que es necesaria para el beneficioso crecimiento de aquellos que se alimentan. De la misma forma, el Espíritu es siempre uno, pero sus manifestaciones son múltiples y esta diversidad es debida a que cada individuo tiene un camino personal, particular, intransferible y necesita de nutrientes específicos para él. A nivel comunitario, también la Iglesia necesita de diferentes funciones, ministerios, carismas, así como espiritualidades diferentes, todo para el bien individual y colectivo.
No se puede, entonces, temer esta diversidad en la Iglesia y solo hay que vigilar que esta poliedricidad edifique al cuerpo. Si volvemos a la comida, no todo las setas son comestibles y, aunque consigamos poner a un lado las tóxicas, esto no significa que las saludables podemos dárselas a un niño de un año o a alguien con alergia, solo porque es comida. De la misma forma, el contexto, la cultura, las idiosincracias de las distintas iglesias locales son las que condicionan una cierta forma de vivir la fe, la espiritualidad, el culto, dentro de la unidad de la fe, en la diversidad de sus manifestaciones.
Una Iglesia templo del Espíritu, con Jesús en el centro
Es así, entonces, que nos conectamos con el Evangelio. La lectura nos presenta a Jesús que se pone en medio de sus discípulos. La imagen que tenemos, entonces, es como la de un círculo donde en las partes exteriores están los discípulos y en el centro encontramos a Jesús. Esta imagen de comunidad postpacual, pues, nos dice que la Iglesia está hecha de diferentes puntos (de vista), diversidad de visiones, pero todos somos uno en mirar al Señor y todos somos uno gracias al Espíritu que hemos recibido. Es el Espíritu, por ende, que trabaja en nosotros, invisiblemente, para la paz que, en hebreo, se dice shalom y que significa “entero”, “íntegro”.
La iglesia, entonces, es completa si reconoce, asume, hace suyas todas sus partes, su diversidad, no absorbiéndolas en una única voz, sino respetando la polifonía, fomentando el diálogo, asumiendo como normal el conflicto y practicando el discernimiento porque, aunque el Espíritu está en todos, no todas las manifestaciones son del Espíritu, así como no todo lo que se ingiere alimenta al cuerpo de la misma manera. Es claro que una Iglesia templo del Espíritu no puede que ser concebida sino como una Iglesia en clave sinodal.
Hch 2,1-11: Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar.
Sal 103: R/. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
1 Cor 12,3b-7.12-13: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.
Jn 20,19-23: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo; Recibid el Espíritu Santo.