La vía al Padre – V Domingo de Pascua Año A
Ahora adoramos al Padre en Espíritu y verdad
La semana pasada, Jesús había afirmado que era la puerta del redil; este quinto domingo de Pasqua el evangelista le describe diciendo de él que es el camino, la verdad y la vida. El acceso al Padre no se consigue a través de unos sacrificios, ni tampoco yendo hacia algún lugar sagrado, como el Templo o a través de ciertas doctrinas y afirmaciones que se nos presentan como sabiduría eterna. El acceso al Padre es el mismo Hijo, es estar a la escuela de Jesús y compartir con él su Espíritu. Lo había ya dicho, hablando a la samaritana, que llegarían los días en los que Dios se adoraría en Espíritu y en verdad, porque ya no se podría afirmar que el Templo de Jerusalén es la casa de Dios.
Las moradas con el Padre
En la mentalidad de todo judío, la morada de Dios, su casa era el Templo, el lugar de su presencia. Nadie podía verle, pero ir al Templo significaba saber que se estaba a la presencia de Dios, aún de forma invisible. Ahora el paradigma cambia: Jesús promete a sus discípulos que él está con el Padre y está preparando unas moradas para ellos. Ya no es Dios que establece su presencia en medio de su pueblo, sino que es Dios mismo que hace espacio en su “interior”, en su comunión, para hacernos un hueco.
¿Cómo llegar al Padre?
¡Estupendo!, exclama Tomás, que siempre está dispuesto a ir junto a su Maestro, pero, ¿cómo llegar allí, a este lugar que tú nos comentas, esta tienda que nos preparas dónde el Padre? ¿No sabemos a dónde vas? ¡Enséñanos la vía! La vía para llegar es ponerse el mantel y lavar los pies a los hermanos, es compartir nuestra existencia para el bien de ellos, como en la eucaristía, es dejarse molestar para aquellos que quieren crecer y ser libres. Esto significa estar enraizado en la vid y ser sarmiento, bebiendo de la misma fuente de la que bebe Jesús. La vid está creciendo gracias a las raíces que se hunden en la profundidad de Dios, de la Vida que es Amor, que es Verdad, que es Libertad. Si nos injertamos en esta vid, entonces nos nutrimos del mismo alimento divino que el Hijo comparte con el Padre, compartiendo nosotros también esta vida eterna.
¿Una vía directa al Padre?
Pero, ¿cómo nos injertamos?, pregunta Felipe. ¿No es más fácil si nos muestras al Padre y así gozaremos directamente de él?. Felipe, el Padre lo tienes delante, como al Hijo, contesta Jesús. Cuántas veces buscamos a Dios y nos perdemos en largos viajes, en nuestros planes que luego la vida desbarata, incapaces de percatarnos de su presencia, deseando ser como aquellos doce que vieron y contemplaron a Jesús, el Dios en su humanidad. Pero Dios ya no está en ningún lugar concreto y esto significa que está en todos los lugares, en todas las personas, en todos los eventos. Solo necesitamos tener la llave maestra para poder acceder a una profundidad mayor y poder ver lo que nuestros ojos parecen escondernos.
El amor, la vía directa
Algo muy parecido lo comenta el evangelio de Mateo: “Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo (las moradas de las que habla Jesús aquí). Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed…. Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber? Y el rey les dirá: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”. (Mt 25,34-40).
Conclusión
Todos estamos en el Padre; algo bien distinto es que nos esforzamos en esconderlo a los demás. Y el Padre siempre está presente, aún en los sitios que nuestra mente descartaría en absoluto. Pero, mientras buscamos al Padre en nuestra vida, nos deseo que podamos mostrar al Padre a aquellos que encontramos en nuestro día a día.
Feliz tiempo de Pascua.
Hch 6,1-7: Eligieron a siete hombre llenos del Espíritu Santo.
Sal 32: R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
1P 2,4-9: Vosotros, en cambio, sois un linaje elegido, un sacerdocio real.
Jn 14,1-12: Yo soy el camino y la verdad y la vida.