La Iglesia del Espíritu – II Domingo Pascua Año A

La Iglesia del Espíritu – II Domingo Pascua Año A

La historia humana es la historia de Dios

La Iglesia ha interpretado la historia de la salvación como historia de la Trinidad: de la acción del Padre, en Antiguo Testamento, de la acción del Hijo, con la encarnación, vida, pasión, muerte y resurrección y de la acción del Espíritu, que el Hijo deja a la humanidad y que es nuestra historia. Sin embargo, no debemos tomar esta explicación al pie de la letra, puesto que ella, al fin y al cabo, es una simplificación. Quiero decir que allí donde actúa una de las tres personas de la Trinidad, siempre están las demás, porque Dios es uno, pero es también relación, comunión y profunda compenetración.

Una Iglesia encerrada

El primer elemento que el evangelista nos presenta en este domingo es que la comunidad está encerrada, asustada, incapaz de abrirse al mundo exterior. La comunidad sigue preocupada en mantenerse viva, aunque esto, de forma paradójica, signifique quedarse en la tumba, escondidos, lejos de enfrentamientos y lejos de la vida. Una comunidad que prefiere vivir y se olvida de su dimensión profética es, en realidad, una comunidad ya muerta, vacía de la vida del Espíritu. Y es justo esto que Jesús les entrega, entrando de repente.

Por un lado, esta escena me llama a la mente a nuestra comunidad: ¿estamos encerrados, preocupados para mantenernos vivos, con las estructuras de siempre, con la actitud de siempre, defendiéndonos de un mundo que creemos hostil? A lo mejor pensamos tener a Jesús con nosotros y queremos protegernos y dar a entender que somos aquellos que defienden la ortodoxia y el mensaje de Jesús. Sin embargo, Jesús está en medio, pero también fuera; él no se deja atrapar y mientras nosotros pensamos tenerlo bien pegado a nosotros, sin embargo es él que quiere entrar y no encuentra cómo hacerlo. 

Una Iglesia con Espíritu

Una Iglesia viva, entonces, lo será si se deja guiar por este Espíritu que la empuja a cambiar, a renovarse, a salir de sí misma y alejarse de la tentación de seguir haciendo lo que siempre se ha hecho. Nos mantenemos vivos si somos lo bastante flexibles para modificarnos. Sin embargo, vamos hacia la muerte si pensamos quedarnos parados para siempre en un estadio que creemos el ideal. Fijar y cristalizar la vida en estructuras y actitudes percibidas como perennes significa condenarnos a una muerte segura, porque nos transformamos en piezas de museo.

Por otro lado, esta escena nos dice que solo una Iglesia que se deja llenar o guiar por el Espíritu puede ser una comunidad que sabe perdonar, que sabe reconciliarse, que sabe vivir en la unidad, a pesar y a través de las diferencias, que sabe poner sus bienes en común para servir a los que más lo necesitan y, finalmente, se transforma en aquella comunidad de las bienaventuranzas que se compromete a construir una sociedad alternativa, el Reino de Dios donde, a la gloria, al poder y a la riqueza se propone el servicio, el compartir y la ayuda mutua.

Conclusión

En resumen, no se trata de ser una Iglesia que cree porque lo entiende todo, lo controla todo y, entonces, cree poseerlo todo, como pasa con Tomás. El camino del creyente no está hecho para  la luz brillante del sol, sino que se fundamenta sobre la toma de conciencia de que ser discípulo de Jesús significa caminar muchas veces en la incertidumbre, en la dificultad de no comprender y, al mismo tiempo, en la confianza de que el Espíritu está actuando a pesar de nuestras incomprensiones. Es esta confianza la que nos genera vida en nosotros y nos empuja cada vez hacia adelante.

Hch 2,42-47: Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común.

Sal 117: R/. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

1 P 1,3-9: Mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva.

Jn 20,19-31: A los ocho días llegó Jesús.

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