Lazaro, una nueva vida – V Domingo Cuaresma Año A

Lazaro, una nueva vida – V Domingo Cuaresma Año A

Una explicación no literal

Cuando me acerco a las Escrituras y leo un texto del Antiguo o del Nuevo Testamento, intento no caer en la equivocación de tomar todo al pie de la letra. Esto es el caso de la “reanimación de Lazaro”. Lo más fácil es quedarnos con lo que leemos: Lazaro ha muerto, la noticia llega a los oídos del Señor y este, después de haberse encontrado con las hermanas del difunto, todos amigos de Jesús, le ordena que salga del sepulcro. Obviamente, cada uno es libre de quedarse con este mensaje, pero a mí este no me satisface y me decanto por una interpretación menos literal.

El domingo pasado, encontramos la historia del ciego de nacimiento, en el capítulo nueve, así como en el capítulo cinco se nos narra de otra curación, un enfermo que llevaba así trenta y ocho años, esperando bañarse en la piscina de Betesda. En el capítulo tres, finalmente, Juan presenta otra figura, la de Nicodemo. En esta conversación con Jesús, este jefe judío escucha de su interlocutor que “el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios”. En mi opinión, el relato de Lazaro se puede comprender teniendo en mente estos otros tres episodios.

Lazaro, una situación sin solución

Lazaro es como el ciego de nacimiento y el otro enfermo: estos llevan una vida como si fueran muertos desde un punto de vista social y, por consecuencia, también personalmente, bloqueados en una situación de la que no pueden salir. Se desconocen las causas de su situación, así como sus nombres, lo cual nos hace pensar que Juan está describiendo y dirigiéndose directamente al lector, para que este se sienta identificado.

Lazaro también esta muerto, dentro de una gruta y sepultado por una gran losa. Además ya han pasado cuatro días desde su muerte, detalle de no poca importancia para la concepción antigua. Después de tres días, de hecho, los difuntos empezaban ya a deteriorarse y salían los gases típicos de la putrefacción, lo cual indicaba que ya la muerte se había adueñado del cadáver. Juan, entonces, nos está diciendo que para Lazaro ya no hay esperanza. Como para el ciego y el enfermo, para Lazaro la situación no tiene posibilidad de solución.

Jesús y la comunidad devuelven a Lazaro la luz

Jesús, sin embargo, no es de la misma opinión. Él, el rostro visible del Dios invisible, no se queda indiferente frente a la situación de la que es testigo y del sufrimiento que se está viviendo. Frente a la pobreza, a la exclusión, al dolor, a las injusticias, Jesús se muestra como aquel que se indigna y siente el sufrimiento que la gente está probando. El Dios de Jesús es compasivo, porque siente, sufre (pathos) con aquel que está mal, no puede no actuar y lo hace con la ayuda de la comunidad.

Los primeros cristianos, de hecho, se llamaban hermanos entre ellos, así como lo son Lazaro, Marta y María. Hay una comunidad que sufre porque uno de ellos está perdido, pero no nos olvidemos de la palabra de Jesús: “el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre” (Jn 14,12). También aquí, en el relato de Lazaro Jesús dice a Marta y a María que crean en él.

Solo una comunidad que cree en Jesús y se configura para vivir según los criterios del Reino (amor, igualdad, acogida, donación, compromiso con la justicia social, contra la pobreza y la exclusión…) puede hacer las mismas cosas que el Maestro, porque ahora él actúa a través de ella. De hecho, son ellos que quitan la losa del sepulcro y las bandas del cuerpo de Lazaro, aunque este no sale de la gruta gracias a la comunidad. El mensaje es claro: donde la luz vence a las tinieblas y la muerte deja espacio a la vida, esta no es cosa exclusivamente humana.

Conclusión

Es así que creer en Dios significa creen en la posibilidad de que las cosas puedan cambiar, de que las situaciones y las personas no son elementos fijos, estáticos, inmutables: si quieren, entonces, la vida siempre tendrá la última palabra sobre la muerte porque Dios, que es la vida, quiere tener la última palabra, aquella que ilumina y pone en marcha una nueva transformación.

Las frases finales de “Crimen y castigo” de Dostoyevski son perfectas en este contexto: “Pero aquí ya empieza una nueva historia, la historia de la renovación paulatina de un hombre, la historia de su lenta regeneración, de su paso gradual de un mundo a otro, de su conocimiento de una realidad nueva, totalmente ignorada hasta entonces”. 

Lazaro, Nicodemo, el ciego, el enfermo se encuentran con Jesús, a saber, dejan que él entre en sus vidas. Este es el comienzo de una primavera, de un nacer de nuevo, que regenera, que hace salir del sepulcro, que libera de las bandas que atan, porque encontrarse con el Dios de Jesús no se reduce a vivir en la óptica del “yo debo”, sino que te inserta en el sendero del amor liberador y sanador que te hace decir “yo soy”.

Ez 37,12-14: Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis.

Sal 129: R/. Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

Rm 8,8-11: El Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros.

Jn 11,1-45: Yo soy la resurrección y la vida.

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