La fe es camino – II Domingo Cuaresma Año A

La fe es camino – II Domingo Cuaresma Año A

La fe es camino

Si el camino de la fe es una estancia tranquila y no una montaña rusa, me pregunto si estamos de verdad en un camino de fe. De hecho, la fe en Jesús y en el Dios que Jesús nos muestra es un continuo caminar hacia lo desconocido, como se puede comprender de las lecturas de este segundo domingo de Cuaresma.

En la primera lectura, del libro del Genesis, Dios invita a Abrahán a salir de su tierra, de su patria, de la casa de su padre. Es otra forma para empujarle a salir de su seguridad, de un mundo de ideas que él ya conoce y que usamos para encasillar la realidad y las relaciones que constituyen nuestra vida. La tentación, siempre presente, es la de acercarnos a lo que aún no conocemos (cosas, personas, Dios), con la intención de analizar y comprender esa realidad, a saber, abarcar totalmente aquello que tenemos frente a nosotros y hacerlo nuestro, aunque sea intelectualmente.

Sin embargo, el otro es siempre un misterio, no puede reducirse y encasillarse en nuestras visiones personales y limitadas, como si la realidad se rigiera sobre estructuras y leyes fijas, establecidas y matemáticas, que podemos descubrir y hacer nuestras. Es así que, cuando intentamos hacer del otro un objeto, cosificarlo, resulta que estamos muy equivocados, lejos de la realidad, y estamos creando una falsa imagen de aquello que tenemos frente a nosotros. Es lo que ocurre a menudo: estamos hablando con otra persona, pero ¿estamos seguros que le estamos dando la oportunidad de ser y expresar lo que ella es o, a lo mejor, estamos hablando con la imagen que nosotros tenemos de ella?

La transfiguración y el Dios sorprendente

Es lo que ocurre ahora, en el evangelio de Mateo, que nos habla de la transfiguración. Este texto es precedido por otro, en el que se presenta a los saduceos y fariseos que rechazan a Jesús, poniéndolo a prueba, porque no han entendido quién es él de verdad. Pero esta incapacidad de comprender a Jesús está presente también en el mismo grupo de aquellos que le siguen. A la pregunta que este les hace, “¿quién decís que soy yo?”, Pedro afirma que él es el Mesías, el Hijo del Dios vivo. Sin embargo, al escuchar que este mesías tiene que padecer y morir, Pedro se niega rotundamente: él tiene otra imagen de lo que es el Mesías, una idea a la que Jesús tiene que amoldarse.

Es en este contexto que podemos comprender mejor la escena de la transfiguración. Jesús coge a Pedro, Santiago y Juan y, subidos a un monte, se transfigura. La escena es casi imposible de describir y por eso Mateo usa metáforas: “su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz”. Ese “como…y como…” indican el intento de Mateo de describir algo que no se puede definir, así como ni el sol ni la luz pueden ser atrapados y poseídos. Sin embargo, Pedro quiere hacer suyo este momento: “Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Sin embargo, si el otro es un misterio, el “Otro” lo es aún más y no puede ser capturado, a pesar de nuestros intentos. 

Dios es alteridad que “sorprende” (opuesto de comprender), que coge desprevenido y pone patas arriba nuestros intentos de estancarnos en una verdad que creemos haber descubierto sobre él y que lo quiere definir. De hecho, ¿cómo define Mateo a Dios? Una nube luminosa que cubre con su sombra. Es un oxímoron, la coincidencias de opuestos que afirma contradiciendo y que es lo más cercano a lo que podemos llegar a describir si queremos vislumbrar algo sobre Dios. En efecto, los tres discípulos que estaban con Jesús, de repente caen de bruces, llenos de espanto, porque han perdido todas sus seguridades y se encuentran, frente a lo Novedoso, desnudos, indefensos, pero conscientes de que Dios es aún más de lo que ni siquiera podemos llegar a imaginar sobre él.

Conclusión

Muchas veces se le acusa al cristianismo de tener muchos dogmas, muchas verdades que definen nuestra fe y no permiten al creyente desplegar su camino de crecimiento espiritual. Sin embargo, no hay que olvidar que los dogmas son solo el punto de partida de nuestra fe, no el término de llegada. En otras palabras, la fe no puede ser concebida como una fortaleza que nos da seguridad, porque sus paredes nos defienden de las dificultades de la vida. La fe es toda otra cosa. Ella es un camino en el que nos vamos despojando de nuestras iniciales ideas sobre Dios (como Pedro), hasta terminar de bruces, porque lo que pensábamos ya no nos sujeta.

La fe es un camino inseguro, en el que estamos llamado a deshacernos de nuestras construcciones mentales (salir de la tierra y de la casa de tu padre) y que s. Juan de la Cruz definía como “noche oscura”, la continua condición del creyente. Solo de esta forma podemos abrirnos a este Dios que es indisponible a toda previsión y reducción humana.

Gn 12,1-4a: Vocación de Abrahán, padre del pueblo de Dios.

Sal 32: R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.

2 Tim 1,8b-10: Dios nos llama y nos ilumina.

Mt 17,1-9: Su rostro resplandecía como el sol.

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