Santo y perfecto – VII Domingo T. O. Año A
Sed santos, sed perfectos
La primera lectura de este domingo, entre otras cosas nos dice: “Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo”. En la misma linea se hace eco el Evangelio de Mateo, con estas palabras: “sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”.
Todo parece apuntar a un trabajo de perfección moral, para llegar a ser perfectos, impecables, ejemplares. Lo cual es imposible: somos humanos, perfectibles pero no perfectos y la trayectoria de cada uno de nosotros lo podrá confirmar. De hecho, también nosotros, a la hora de hablar de Jesucristo, solemos afirmar que él es igual que nosotros en humanidad, a excepción del pecado. Razón demás para comprender de otra forma las dos frases que antes he recogido de las lecturas de este domingo. ¿Cómo entender, entonces, estas afirmaciones?
¿Desde dónde actúo?
El domingo pasado estuvimos analizando cuál era el proyecto de Dios, que coincide con el reino que Jesús anuncia: una sociedad alternativa, caracterizada por un amor desinteresado, que cuida de los más desfavorecidos y apunta a relaciones sanas, auténticas y reconciliadoras, donde no hay sitio para violencias y abusos.
Sin embargo, no se trata tanto de lo que hacemos, sino “desde” dónde hacemos lo que hacemos. En otras palabras, puedo hacer el bien para sentirme superior a los demás (actúo desde mi ego/orgullo) o para el bien de la persona que tengo de frente (actúo desde el corazón).
Un amor incondicional
El tema, entonces, es ir a la raíz de nuestros actos, no para multiplicar la cantidad de cosas que hacemos, sino en centrarnos en ensanchar nuestro corazón. Es, fundamentalmente, un trabajo interior que empieza cuando descubrimos que Dios, esa fuente de vida y amor, nos abraza eternamente, pase lo que pase, independientemente de lo que hacemos o pensamos. Ese amor incondicional, experimentado en la vida de cada uno de nosotros, es el motor del cambio, la razón que nos lleva a modificar la perspectiva y descubrir lo que somos de verdad: seres creados por amor (don) y llamados a amar (don).
Somos templo de Dios
En este sentido, ser santo o ser perfecto no es otra cosa que ser don para los demás, buscando cuáles son los canales que me bloquean a la hora de ensanchar mi corazón y ampliar lo que ya tengo para entregarme al prójimo. Sin embargo, lejos de ser un trabajo esclusivamente personal, nunca hay que olvidar que ser santo y ser perfecto significa dejar que el Espíritu trabaje en nosotros. Pablo nos lo recuerda, hablando a los Corintios: “Hermanos: ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?”
Conclusión
Ser santo y ser perfecto es entender que no estamos hechos para luchar, para odiar, para gastar tanta energia en destruir al otro. El odio no se vence con el odio y la violencia solo atrae más violencia. Decía Gandhi: “ojo por ojo y todo el mundo quedará ciego”. La alternativa es el proyecto de Dios, aquel reino que Jesús ha anunciado con su vida y que en ella se ha hecho carne.
Lv 19,1-2.17-18: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Sal 102: R/. El Señor es compasivo y misericordioso.
1 Cor 3,16-23: Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios.
Mt 5,38-48: Amad a vuestros enemigos.
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