El reino de los cielos – VI Domingo T.O. Año A

El reino de los cielos – VI Domingo T.O. Año A

La sabiduría de Dios

Las lecturas de este domingo pueden ser leídas desde distintos puntos de vista; sin embargo, entre sus distintas perspectivas yo elijo aquella que me permite encontrar un hilo conductor que las conecta a todas. 

La primera lectura, del Eclesiástico, nos muestra como Dios no obliga a nadie a elegir entre una opción u otra, sino que nos deja libres, para que decidamos lo que queremos. Por otro lado, nos recuerda como el valor principal es permanecer junto a Él, fieles a su proyecto (“su voluntad”).

El salmo va en la misma linea: es dichoso aquel que camina según el proyecto de Dios y por esta razón el salmista le pide al Señor que no solo le enseñe ese camino, sino que le capacite para guardar esta sabiduría “de todo corazón”.

Esta sabiduría, nos dice san Pablo a los Corintios, está con Dios desde siempre y se nos revela gracias al Espíritu. Esta sabiduría, para nosotros cristianos tiene varios nombres: es el camino, es la luz, es el reino de Dios, es su voluntad, es su proyecto, es su palabra, es su hijo, a saber, se identifica con Jesucristo.

El reino de los cielos

Si llegamos al evangelio de este domingo, Jesús habla claramente con sus discípulos y les dice que “si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 5,20). Pero, ¿qué se quiere decir con “justicia” y con “reino de los cielos”? Y ¿qué relación tienen estas dos realidades con la sabiduría de Dios?

Con reino de los cielos, expresión típica de Mateo, el evangelista se refiere al reino de Dios; sin embargo, no por ser de los cielos, esto indica que se refiere a la vida que vendrá más allá de la muerte, sino “de los cielos” es otra forma para no decir el termino “Dios”, palabra que los judíos evitaban y evitan pronunciar. El reino de los cielos es, entonces, un nuevo tipo de sociedad, que se fundamenta sobre la justicia de Dios.

La justicia de Dios

Con este otro término no nos referimos al conjunto de castigos que Dios debería de administrar a una parte de la humanidad que se niega a hacer su voluntad, como querría algún que otro fanático. Cuando este concepto aparece en la Biblia se nos está comunicando que Dios tiene un plan, un proyecto, eso es, una justicia, que se refiere a un proposito divino y que encontramos desarrollado en Genesis, así como en los profetas. 

Dios, según las Escrituras, nos crea junto a toda la creación porque seamos parte de ella y la respetemos (labrar y cuidar de Gn 2,15), así como nos llama a respetarnos y cuidarnos mutuamente, a través de la imagen de Adan y de Eva que dejan de ser dos para formar una unidad, así como a través de ellos dos como padres de la humanidad, imagen que nos dice como  todos nosotros hemos de entendernos por lo que somos, una única familia. 

La sacralidad de la vida

En esta única familia, según el plan de Dios, no hay cabida para la violencia, como afirma Gn 1, 29-30: Y dijo Dios: «Mirad, os entrego todas las hierbas que engendran semilla sobre la superficie de la tierra y todos los árboles frutales que engendran semilla: os servirán de alimento. Y la hierba verde servirá de alimento a todas las fieras de la tierra, a todas las aves del cielo, a todos los reptiles de la tierra y a todo ser que respira». Ese vegetarianismo es la expresión de la máxima sacralidad de la vida y la negativa hacia cualquier derramamiento de sangre.

Esta sacralidad de la vida se expresa también en Is 11,6-9, cuando el profeta introduce la idea de un proyecto renovador (pero no nuevo) para Israel y el mundo entero, en el que “habitará el lobo con el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito, el ternero y el león pacerán juntos: un muchacho será su pastor. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león como el buey, comerá paja. El niño de pecho retoza junto al escondrijo de la serpiente, y el recién destetado extiende la mano hacia la madriguera del áspid. Nadie causará daño ni estrago”. 

Conclusión

Todo esto, entonces, es ese reino de los cielos al que se refiere Jesús y es a esta justicia a la que él hace referencia. En este reino de los cielos, del aquí y del ahora, no hay espacios para relaciones humanas basadas sobre el interés, ni hay cabida para actitudes mediocres y tibias hacia nuestros hermanos.

Sin embargo, en este reino de los cielos o proyecto de Dios si que hay cabida para corazones renovados, que ya no se mueven según dinámicas ego-centradas sino que quieren construir una sociedad sobre pilares auténticos, que no quedan en la mera fachada y que van recto al corazón de las relaciones.

La radicalidad a la que apunta Jesús, entonces, está intimamente ligada a este plan que Dios ha concebido desde siempre, ese reino de los cielos en el que no solo decidimos no matar, sino que trabajamos para no odiar, no solo decidimos no traicionar o abandonar, sino que nos comprometemos a amar y cuidar. En este reino, no se actúa para dar gloria a Dios, con ofrendas que a Él no le aportan nada, porque lo central es reconciliarse con el otro y construir la paz.

Esta es la sabiduría de Dios, de la que podemos alimentarnos gracias a la fuerza del Espíritu que habita en nosotros y que solo se activa cuando decidimos amar.

Eclo 15,15-20: A nadie obligó a ser impío.

Sal 118: R/. Dichoso el que camina en la ley del Señor.

1Cor 2,6-10: Dios predestinó la sabiduría antes de los siglos para nuestra gloria.

Mt 5,17-37: Así se dijo a los antiguos; pero yo os digo.

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