Un Dios no del culto, sino de la justicia social – IV Domingo T.O. Año A
Un Dios que exalta la justicia social…
Las lecturas de este domingo son todas muy bien conectadas entre ellas. Ya llevamos unos domingo escuchando el concepto de “dia del ira”, que proclamaba Juan Bautista y que ahora se nos presenta por boca del profeta Sofonías. Este profeta, así como lo hace otro profeta, Osea, tienen muy bien claro la razón de la “ira” de Dios. Él no está airado porque se les ofrecen pocos sacrificios o porque el culto está disminuyendo. No es esto que los profetas comentan de Dios. El Señor “monta en cólera” porque las relaciones entre los miembros de su pueblo no son justas.
Es la justicia que preocupa al profeta Sofonías, es decir, a Dios y esto es su sueño: “El resto de Israel no hará más el mal, no mentirá ni habrá engaño en su boca. Pastarán y descansarán, y no habrá quien los inquiete”. En otras palabras, es la maldad que nosotros cometemos, la mentira y los engaños que estropean las relaciones y crean opresión, es esto lo que le interesa al profeta y que presenta como mandato de Dios. La “ira” de Dios, no es debida a que Él se siente abandonado, olvidado, defraudado, menospreciado, ofendido, sino que se le achaca al simple hecho de que su pueblo no es capaz de verdaderas relaciones humanas, basadas en el amor, en el respeto, en el ayuda mutua, a saber, que cuida de la justicia social.
…es un Dios que nos habla a nosotros
Es así que el salmo ensalza a los débiles y abandonados por la sociedad, mostrando que si no es el pueblo que se ocupa de ellos, es Dios que lo hace: “hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos. El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a los justos. El Señor guarda a los peregrinos. Sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados”.
Pero, ¡ojo! Los que aquí se está diciendo es de capital importancia. No se está afirmando que Dios se ocupa de todos ellos porque, de ser así, podríamos decir “menudo Dios”, puesto que las categorías de indefensos y oprimidos no ha dejado de existir nunca. Un Dios así o nos estaría engañando o sería solo fruto de una ilusión nuestra. Sin embargo, lo que aquí se afirma es que es necesario un cambio de rumbo, en el que es el ser humano aquel que tiene que tomarse en serio el tema de la justicia social, primero cambiando personalmente desde dentro y, solo después, poniéndose manos a la obra para desarraigar las condiciones que permiten y fomentan la injusticia.
¿Dios prefiere a los débiles?
Es un patrón lo que se repite en la Biblia, según el que Dios escoge al débil en lugar del fuerte, la oferta de Abel y no la del primogenito Caín, elige a Jacob y no a Esaú, a José y no a sus hermanos mayores para salvar a Israel de la carestia. Sin embargo, Jesús ha sido claro en esto, a saber, que Dios no hace preferencias y hace llover sobre justos e injustos, de forma indistinta. Estas características que el escritor sagrado atribuye a Dios no sirven para decirnos que Dios prefiere a los pobres y no a los ricos o que el cuida de los ciegos y oprimidos mientras que parece que no lo hace si hablamos de aquellos que están bien y hasta oprimen.
El tema no va de Dios, sino de nosotros. En otras palabras, lo que se nos quiere decir desde las primeras páginas del Genesis es que hay que cuidar de la creación, y que este cuidado significa crear relaciones que no se fundamenten sobre el afán de posesión, de voracidad y de egoismo, todas actitudes que llevan a la injusticia, a la opresión y a transformar todo y a todos en instrumentos para mis fines personales. El tema va de relaciones equilibradas, justas, capaces de crear una auténtica familia humana, donde todos nos tratamos como hermanos y nos paramos a levantar a aquel que se ha caído.
Conclusión
Es en este marco que podemos comprender las bienaventuranzas de Jesús. El proyecto de una justicia social y de una nueva forma de vivir en comunidad es justo la idea de “reino de Dios” que Jesús anuncia y que nos muestra con sus palabras. Esta sociedad alternativa solo se construye si conseguimos desapegarnos de lo material y de lo inmaterial (pobres en espíritu), si somos mansos, capaces de llorar y empatizar con los que lo están pasando mal, si nos movemos en el sendero de la honestidad y del respeto, si dejamos que nuestro corazón sea vencido por el amor y no por el rencor, si trabajamos por la paz y la reconciliación, desde un corazón limpio, que no tiene otros intereses que el bien autentico de las personas, a pesar de poder ser señalados y perseguidos por nuestra forma de ser por aquellos que actúan dominados por el egoismo.
Los profetas no paran de afirmarlo, así como Jesús. También los primeros relatos del Genesis lo ratifican, como de igual manera nos lo dice el profeta Natán cuando el rey David quiere construir un templo para dar un lugar en condiciones al Arca de la Alianza: el culto que agrada a Dios no es aquel que dirigimos a Él, sino es el amor que nos dedicamos los unos a los otros.
Sof 2,3;3,12-13: Dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre.
Sal 145: R/. Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
1Cor 1,26-31: Dios ha escogido lo débil del mundo.
Mt 5,1-12a: Bienaventurados los pobres en espíritu.